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Generado con IA ∙ 14 de mayo de 2024, 10:44 a. m.
Publicado por: Andrea Gisselle Lopez Santos
16 de Noviembre de 2023
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El 16 de noviembre un estrepitoso mensaje agitó el chat de la fundación:
“S.O.S pulsianos. Urgentemente requerimos del apoyo de quienes están en Bogotá, lamentablemente unos pichones han sido sacados de su nido porque estaban en las jardineras de los balcones de un edificio”.
Ese día unos compañeros les dieron refugio en la sede de la fundación, sin embargo, el reto seria mantenerlos con vida. Mover el nido de un pájaro equivale a separar los pichones de sus padres, aquellos que le dan la vida, su alimento, así como también las pautas de su comportamiento en la, hasta ahora, mayormente desconocida sociedad de los pájaros, aquellos seres emplumados que han sobrevivido al paso de tiempo, y, sobre todo, al paso de la humanidad, que de un tiempo para acá se ha vuelto egoísta y despiadada. Va por allí pisoteando el resto de la vida, a costa de la propia, incluso a veces de la de sus congéneres pues, no solo se separan pichones, sino niños que quedan huérfanos en las guerras. Esta es la historia de aquella supervivencia aun cuando algunos de los humanos que quedamos en el planeta luchamos día a día por superar esta gran enfermedad del alma que emana egoísmo, codicia e indiferencia.
La vida huérfana, es quizás el indicador más grande de la indiferencia, de la mayor enfermedad social que ha tenido la humanidad en toda su historia, más aún, cuando surge por la imposición del beneficio propio. Así es como algunos humanos, segados de codicia y egoísmo, le han declarado la guerra al mundo, aun cuando bajo sus ojos condenan a toda clase de criaturas a una vida entre la muerte y la carencia. Sin diálogo, sin concertación, sin la oportunidad para zambullirse en el alma del otro, el brillo y expresión de sus ojos. Así un día, la administración de aquel edificio, acosada por la incomodidad de algunos de sus moradores, contrató de forma rápida e irresponsable a un trabajador para limpiar las jardineras e instalar rejillas, de modo que sus moradores con plumas no pudiesen volver jamás. Cuando irrumpieron en sus casas (hay que hablar en plural cuando un individuo ejecuta una acción de otros) allí solo moraban los pichones, que indefensos y asustados fueron depositados en cajas y puestos a los pies de la edificación. ¿Y sus ojos? ¿Alguien acaso los vio?
Si, alguien los vio, aquellos compañeros pulsianos que fueron a su rescate, pero ya era tarde. Sus padres desalojados por la guerra no volverían como antes. Llamamos a diferentes veterinarias y a una fundación de rescate de aves en busca de información y atención profesional, pues como dije antes, la sociedad de los pájaros es aún desconocida para muchos. Nos explicaron que debíamos conseguir un alimento especial para los más pequeños, y los otros un poco más grandes podrían sobrevivir algunos días con algo de pan mojado, el cual debía suministrárseles con una jeringa. Alimentarlos no era suficiente, también debíamos garantizar que estuvieran en un contexto en donde pudieran socializar con otros pájaros de su especie, pues así aprenderían a identificarlos y a huir de otros que les podían hacer daño cuando fueran liberados.
Sobre todo, esta última parte nos dejó muy claro que el rescate solo era el principio, que el abandono producido por la guerra es la parte más retadora, ¿ahora quien se haría cargo de los huérfanos rescatados? ¿Quién en este mundo en crisis? Todos teníamos ya suficientes responsabilidades, nadie tenía ya espacio en sus hogares… quizás por eso, los humanos más enfermos de egoísmo e indiferencia desalojan palomas y también abuelos, aunque puedan ser sinónimos de paz y sabiduría.
Alguna vez, en esos días nublados de nuestra amada Bogotá, parada en medio de la plaza de Bolívar observaba las palomas que son tan propias e icónicas de ese lugar. Las veía ahí representando la paz de la República colombiana, todas enfermas y hasta mutiladas. Así parece que está enferma la paz en este país, desatendida pero aceptada en su camino hacia la putrefacción. Y es que parece que algo tan delicado y puro como la paz, requiere de muchos recursos, es decir, de plata.
Y eso fue justo lo que faltó el otro día, plata, pues después de mil textos de información sobre las aves y los cuidados de primeros auxilios, se cerraba el camino con una única respuesta: no podemos atenderlos, es necesario que sean trasladados a un centro de rehabilitación para aves.
-Somos una fundación sin ánimo de lucro, la componemos puros voluntarios.
Fue lo que escribí a la supuesta fundación de rescate de aves, sin ahondar además que somos en su mayoría jóvenes desempleados. Entonces, aquella fundación que reclamaba más de cien mil pesos para el cuidado de cada pichón daba como solución que los verdaderos culpables respondieran por el hecho, que repetían una y otra vez, estaba tipificado en el código de policía como maltrato animal. Sin embargo, los moradores humanos del edificio nunca pensaron que el desalojo y la orfandad de su guerra necesitan reparación y plata, al igual que sus fachadas. Al comprenderlo solo decidieron culpar a alguien más. Una semana después, un vecino amigo reveló que de hecho aquellas personas enfermas se atrevían a culpar, por la muerte anunciada de los pichones, a los compañeros y compañeras de la fundación. No, no habían sido ellos, autores de la guerra contra animales indefensos. No, no había sido su falta de paciencia para esperar uno o dos meses que los pichones crecieran y agarraran vuelo. No, habíamos sido quienes fuimos a su rescate.
Es absurdo, de verdad lo es, y lo peor es que no terminó allí. Tampoco la policía -quien, recordémoslo otra vez, tiene tipificado el hecho como maltrato animal- fue capaz de responder. Pero esta vez la excusa no fue el dinero, sino, y aunque pueda parecer chistosa la afirmación, fue racismo. Resultaba que la policía solo se encargaba de cortazas y no de palomas ¿será que algún día atenderemos al símbolo de la paz? O ¿será que como el símbolo original es blanco, y estas palomas son grises no podemos verlas de la misma forma? ¿será que el resto de las aves que viven en Bogotá no serán igual de virulentas por andar entre la basura? ¿no andarán igual de enfermas por tragarse los chicles y las colillas que la gente desecha por ahí y que confunden con migas de pan?
-Al carajo el símbolo de la paz… se trata de la vida-. Pensaba yo… y me atrevería a decir que los pensamientos de muchos de mis compañeros no eran tan distintos. Pues al final, pasamos dos días más de lucha, de aventurarnos en la tarea infructuosa de tratar de alimentar a los pichones, que asustados solo cerraban el pico, como quien renuncia a la vida antes de vivir un sufrimiento eterno. Pasamos dos días indignados pensado en la falta de atención que puede tener una vida más allá de ser la de una paloma. Hoy, a casi un mes de la muerte de los pichones, todavía recordamos el hecho con indignación.
Y yo… yo lo revivo con cada muestra de indiferencia, de egoísmo y de guerra, con cada niño o abuelo en la calle, con cada niña muerta en palestina… con la denuncia de la violación de una perra en la Séptima Brigada del Ejército Nacional…. Pues, casi como una oración, o algo que se repite una y otra vez para que quede bien grabado en el fondo de la memoria:
los pichones solo son una muestra más de esta humanidad, que de un tiempo para acá se ha vuelto egoísta y despiadada. Va por allí pisoteando el resto de la vida, a costa de la propia, incluso a veces de la de sus congéneres, pues no solo se separan pichones, sino niños que quedan huérfanos en las guerras.
Esta es solo una historia más de esta guerra, de este ciclo de egoísmo, plata e indiferencia que parece eterno, aun cuando algunos de los humanos que quedamos en el planeta luchamos día a día por superar esta gran enfermedad del alma.